Al día siguiente...
Entraba en casa de doña Manolita y don Federico.
La puerta estaba entornada y entró. Dirigió sus pasos al cuarto y antes de entrar, llamó con los nudillos.
—Pasa, mujer.
—Buenos días, doña Manolita.
—Buenos días, Anita.
—Ha desayunado? necesita ir al baño?
—No he desayunado, Anita y, necesito ir al baño. Me sabe tan mal... —No acabo la frase y como avergonzada bajó los ojos.
Anita se percató de ello y nada dijo. Se hacía cargo de la situación de aquella mujer y con la prudencia que la caractizaba supo estar en su sitio.
A la hora más o menos... ya se había metido en el cuarto y allí tenía para rato.
Desde la cocina, doña Manolita la escuchaba trajinar. Habían decidido de que era el mejor sitio dónde podría esperar a que ella hiciera del cuarto un lugar habitable. La mujer estaba sentada en el silloncito del cuarto y que Anita había llevado hasta la cocina.
Una gran toquilla por encima de los hombros y una manta le tapaba las piernas.
Hubiera estado mejor en el salón, pero los escalones se lo habían impedido.
El salón estaba en la otra planta y, dada su debilidad, Anita, no lo consideró aconsejable.
Ya había descolgado la gruesa y enorme cortina, era tanto el polvo acumulado en ella... que estaba más que claro de que aquello a doña Manolita no la había beneficiado en nada.
Decidió sacarla afuera y lo hizo con cuidado y para no extender aquella suciedad por la casa.
La ropa de cama corrió la misma suerte y la sacó afuera.
Limpió todo y más. Mientras, la ventana permanecía abierta y purificando aquella estancia.
Tan sólo quedaba hacer la cama y supuso que en el armario encontraría lo que necesitaba.
Unas sábanas blancas y, seguro que bordadas por doña Manolita y un edredón en tonos suaves fué lo elegido.
Al rato, ya estaba el cuarto como en sus mejores tiempos.
Verónica O.M.
Continuará