Cenaron y José se fué al cuarto a descansar.
Anita se quedó fregando los platos. Más tarde se acostaría y esperando que José ya durmiese. Debía descansar y que el mal día que había llevado con su patrón no le quitase el sueño.
Amigo, estaba echado en el suelo y encima de su enorme cojín y parecía dormitar pero no perdía detalle de lo que hacía su madre humana.
Recogió la cocina y se sentó en la mecedora que estaba debajo de la ventana. Pensó que debía comprar aceite de linaza para bruñirla y que perdiese aquella opaquedad que el paso del tiempo había causado en ella.
Descalza fue al cuarto y por la forma de respirar percibió que su marido ya dormía. Ya desnuda, se puso el camisón y del armario sacó su cepillo del pelo. Lo cepilló una y otra vez y después decidió acostarse.
José dormía como un niño y ni siquiera notó su presencia.
A ella, la noche se le hizo eterna y se durmió bien entrada la madrugada.
Y sonó el despertador...
Anita se levantó y encima del camisón se puso su bata de color liloso y fue a preparar el desayuno. José ya había salido de la cama y vestido e iba hacia el pequeño aseo donde saldría sin tardar.
Al rato, José salía para su trabajo, no sin antes darle un beso y una suave palmadita en el trasero.
La mujer le sonrió y cerró la puerta. Al poco volvió a abrirla al percibir que Amigo se había quedado afuera. El muy tunante seguro que había salido con José esperando su dosis de atención, cómo así fue...
Autora Verónica O.M.