No podia creer que se pudiese vivir de esa forma tan cochambrosa. La cocina llena de cacharros sucios y tuvo que hacer espacio para poder fregar. Mientras lo hacía y dentro de un barreño estaban en remojo tantos otros y con restos de comida pegados.
No, no lo dijo en voz alta, pero si... pensó que los había guarros. Al tal Federico. le quedaba grande aquel don, inmerecido.
Todavia le quedaba rato enfaenada en la cocina y secándose las manos, volvió al cuarto por si doña Manolita necesitaba cualquier cosa.
—Puedo pasar?
—Claro, mujer. Pasa.
—Necesita algo?
—No, gracias. Anita, siento en el alma que tengas que fregar y limpiar lo que es obligación de mi marido. —Sus ojos brillaron por momentos y en su voz se percibía la desilusión contenida.
—No se preocupe por eso, lo hago de buen grado. Si no me necesita volveré a la cocina.
La mujer la miró al marchar y pensó que no hubiese estado nada mal tener como amiga a Anita.
Escuchaba el trajín que la mujer se traía en la cocina y con aquel sonido echó una cabezadita.
Cuándo acabó de fregar volvió de nuevo al cuarto y se la encontró dormida y no quiso despertarla.
Volvió a la cocina y decidió que con lo que hubiese en la nevera y en la alacena podría preparar la comida.
Tendría trabajo a lo largo de los días... pero estaba dispuesta a ayudar a aquella mujer que la necesitaba.
Habían acordado unas horas y aquellas ya habían pasado...
Ya no tendría tiempo para dedicarlo a su hogar y esperaba realizar lo más pesado los fines de semana.
Autora Verónica O.M.
Continuará