Hasta después de Fiestas. Gracias a quienes pacientemente siguen esta novela.
Abrazos.
Verónica O.M. 🎄
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Al parecer, José no andaba por allí, metió la mano por la valla y dejó su comida dentro de la cesta y a un lado. Él la recogería después. No, no se iba a estropear porque la temperatura había bajado mucho.
Y marchó para la casa de doña Manolita y don Federico dispuesta a realizar el trabajo que se le encomendase.
Federico, si la vio llegar y se había escondido detrás de la caseta de las herramientas, no perdió detalle de cada uno de los movimientos de ella.
Aquella hembra lo tenía loco, tan guapa y tan mujer. La imaginó con prendas y calzado lujoso. Bien podría pasar por una reina.
Federico no era consciente de que todo lo que tenía era de Manolita, su mujer. Él solamente sería un pelagatos más y gracias a estar casados le daba el poder de ejercer de patrón y tener unas condiciones de vida que no tenía la mayoría de los que en aquel lugar vivían.
Ahora una pierna, después la otra y el movimiento del trasero lo puso a mil.
Cerró la puerta del cuarto por si venía José y para que no lo pillase in fraganti.... Vosotr@s sabéis.
Verónica O.M.
José ya se había marchado, Amigo salió tras él e hicieron un trecho juntos.
—Anda, Amigo, vuelve para casa, que Anita se preocupará por tí. —Le acarició el lomo y el perro se volvió para el hogar.
José, fue pensando en que no le gustaba la decisión tomada por su mujer. En su interior algo le decía de que aquello no iba a funcionar.
Anita adecentaba la casa y mientras tanto se iba cocinando la comida que le llevaría a su marido más tarde.
Una vez todo preparado salía por la puerta, no sin antes haberse mirado en el espejo y verse aceptable.
Sentía nervios en el estómago y pensó que de no necesitar el dinero que iba a ganar se hubiese quedado en casa y seguro que a José le habría gustado.
Autora Verónica O.M.
Continuará
Proseguimos...
De vuelta a casa, Anita pensaba de si debía aceptar o no aquel trabajo y responsabilidad. Intuía que a José no le gustaba que ella trabajase y menos de sirvienta. Pero no andaban sobrados de nada y aquel ofrecimiento les ayudaría a vivir un poquito mejor. Y si, aquel planteamiento fué el que determinó que sí , que iba a aceptar.
Cuándo José llegó, él se limitó a darle un ligero beso en los labios y sin articular palabra fué a asearse. Y como no... Amigo fué tras él meneando el rabo y esperando le acariciase el lomo. Y si, así sucedió.
Anita preparaba la mesa con mimo... los vasos, las servilletas de cuadritos y encima de ellas los cubiertos y en el centro un jarrón con unas flores silvestres.
—Sabes, José, a doña Manolita le diré que sí . Qué te parece?
—Tú verás, mujer. Pensaba que tenías mucho trabajo en casa y ya veo que al parecer te sobra tiempo. —Lo dijo por molestarla y viendo la cara que ella puso se arrepintió de inmediato.
—Lo siento, Anita, lo dije sin mala intención.
—Está bien, José. Puedo probar y siempre estoy a tiempo de dejarlo. Te parece?
José, asintió y pensó en lo tonto que era con aquellas ideas anticuadas e inculcadas.
Si, eran otros tiempos.
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Continuará
Iba a llamar a la puerta...
Y se percató de que estaba entornada. Entró y la dejó de la misma forma. Y en voz alta llamó:
—Doña Manolita.
Una voz flojita le respondió.
—Pasa, Anita,
La voz venía cerca de ella y se dirigió donde suponía debía estar. Y no, no se equivocó.
Al entrar en el cuarto, un olor desagradable percibió en su nariz y con la experiencia que poseía como ama de casa, sabía que aquella estancia hacía muchísimo no se ventilaba y al sol se le tenía prohibida la entrada. La gruesa cortina estaba echada y a duras penas se podía ver.
—Doña Manolita encendió la luz. En el lado derecho del cabezal pendía un cable delgado y una especie de perilla que sólo con pulsarla encendía o apagaba aquella triste iluminación.
—Usted dirá.
La mujer iba a decirle... pero un golpe de tos se lo impidió.
Había un vaso con agua encima de la mesita y se lo acercó.
Al dejar de toser... le puso el vaso en los labios. Y sorbió un pequeño trago y agradeció.
—Gracias, Anita.
Y ya, si, la informó de lo que esperaba de ella... claro está que de interesarle el trabajo y las condiciones.
Ninguna de ellas se percató que no estaban solas en la casa y estaban escuchando aquella conversación.
Sigilosamente había bajado la escalera y desde la cocina no perdió detalle al tener también la puerta abierta.
Se despidieron y ya habían quedado que al día siguiente le daría la respuesta.
Y marchó.
Los ojillos del hombre la miraban sin pestañear como se alejaba...
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Continuará
Proseguimos...
José ya se había marchado a su trabajo, y no, no llegó a enterarse que gracias a Amigo, Anita no llegó a salir de casa y deambular dormida en la oscuridad de la noche.
Guisó para prepararle la fiambrera y la dejó enfriar antes de cerrar el recipiente de aluminio. Más tarde y en la cesta de mimbre, pondrá todo lo que su marido comerá a lo largo de la jornada y hasta que regrese casi de noche a casa.
Dejó todo recogido y salió por la puerta bien entradas las 10. Ahora solo tendrá que comprar el pan. Y así lo hizo...
No tuvo que llamar a José que estaba atareado con un carretón y transportando leña.
Ella nada dijo y por extrañas razones él giró la cabeza.
-Toma José, tu comida.
La cogió y la llevó al pequeño cuarto y la metió en la vieja nevera.
—Ahora me llegaré a ver a doña Manolita a ver qué quiere o espera de mí. –Y diciendo esto se despidió.
Se dirigió hacia la casa y se percató que fuera estaba descuidado y pensó que al caer enferma doña Manolita su marido pasaba de esas cosas.
Desde una de las ventanas alguien la observaba y no podía ser otro que don Federico. Su ritmo cardíaco se aceleró al verla de cerca y tan bonita.
Verónica O.M.
El cuarto parecía fantasmal y ellos formaban parte de aquel escenario tan lúgubre.
Anita se levantó de la cama e hizo la tentativa de salir a la calle y ya tenía detrás a Amigo, el perro. Esta vez no se llevaría una regañina por parte de su padre humano, no, esta vez no.
Quizá, Anita notara su presencia, la mujer desandó los pasos y volvió a meterse en la cama. Estaba dormida, ida...
Esta vez, José no llegaría a enterarse de que le había ocurrido nuevamente.
Cuando José se sentaba a la mesa, Anita también se disponía a hacerlo.
Cenaron en silencio y Anita que tanto lo conocía intuía que a su marido algo le preocupaba. La miraba de reojo y con el ceño fruncido. Ella no le preguntaría y si quería hablar que lo hiciese.
Mientras... Amigo ya había acabado de comerse el arroz con unos trocitos de pollo y que al pobre perro le supieron a poco. Se acercó a la mesa por si alguno de ellos le ofrecía un pedacito de cualquier cosa y que él siempre agradecía.
Y José ya no pudo seguir guardando silencio.
-Anita, don Federico me ha preguntado si te interesaría cuidar a doña Manolita, limpiar y cocinar para ellos.
Ella lo miró sorprendida y le preguntó. - Y a ti, José, qué te parece que debo hacer?
-Esa decisión es tuya y de nadie más. - Y nada tenía que ver lo que decía con lo que pensaba.
-No sé, José... antes debería hablar con doña Manolita y que sea ella la que me diga... Te parece bien lo haga así?
Asintió con la cabeza, aunque no era lo que a él le gustase. Su carácter un tanto negativo le hacían ver problemas aún cuándo nunca se llegaran a producir. Veremos esta vez, si, sí o sí no...
Y apagaron la luz.
Autora Verónica O.M.
Continuará
En ocasiones debemos desconectar... si queremos seguir conectad@s.
Me gusta estar al cien por cien en lo que escribo y si algo perturba mi tranquilidad... pues eso, mejor un descanso.
En breve un nuevo capítulo.
Gracias.
Y bla, bla, bla... durante un buen rato.
A José le apetecía el llegar a casa y no estar hablando con su patrón. O él era tonto... lo veía demasiado interesado en que Anita aceptase aquella proposición.
Se despidieron hasta el día siguiente.
Y caminando hacia su hogar repasó mentalmente lo propuesto por don Federico y la forma. Y no le gustó.
Abrió la puerta y Amigo estaba tras ella esperándole para reclamar su dosis de atención y muestras de cariño.
Y como no... las recibió con creces. José le pasó la mano por el lomo y él se dejó acariciar moviendo el rabo de puro contento.
Anita salía de la cocina y se secaba las manos en un trapo y después le besó en los labios.
-Cansado?
Él contestó moviendo la cabeza. Y fué a asearse. Anita ya le tenía todo dispuesto, el agua caliente, jabón, toalla y la ropa que se pondría después.
Autora Verónica O.M. Continuará