Iba a llamar a la puerta...
Y se percató de que estaba entornada. Entró y la dejó de la misma forma. Y en voz alta llamó:
—Doña Manolita.
Una voz flojita le respondió.
—Pasa, Anita,
La voz venía cerca de ella y se dirigió donde suponía debía estar. Y no, no se equivocó.
Al entrar en el cuarto, un olor desagradable percibió en su nariz y con la experiencia que poseía como ama de casa, sabía que aquella estancia hacía muchísimo no se ventilaba y al sol se le tenía prohibida la entrada. La gruesa cortina estaba echada y a duras penas se podía ver.
—Doña Manolita encendió la luz. En el lado derecho del cabezal pendía un cable delgado y una especie de perilla que sólo con pulsarla encendía o apagaba aquella triste iluminación.
—Usted dirá.
La mujer iba a decirle... pero un golpe de tos se lo impidió.
Había un vaso con agua encima de la mesita y se lo acercó.
Al dejar de toser... le puso el vaso en los labios. Y sorbió un pequeño trago y agradeció.
—Gracias, Anita.
Y ya, si, la informó de lo que esperaba de ella... claro está que de interesarle el trabajo y las condiciones.
Ninguna de ellas se percató que no estaban solas en la casa y estaban escuchando aquella conversación.
Sigilosamente había bajado la escalera y desde la cocina no perdió detalle al tener también la puerta abierta.
Se despidieron y ya habían quedado que al día siguiente le daría la respuesta.
Y marchó.
Los ojillos del hombre la miraban sin pestañear como se alejaba...
Verónica O.M.
Continuará