Se despidieron con un hasta pronto.
Le fue bien el hablar con María y estaba convencida de que aquella mujer había sido puesta en su camino para poder sanar aquella vieja herida. Y pensaba seguir sus sabios consejos.
Llegó a la casa a realizar su trabajo.
La puerta de entrada estaba entornada y entró. La otra, la del cuarto estaba cerrada y se extrañó.
Llamó a ella con suavidad a la par que pronunció:
—Puedo entrar, doña Manolita?
—Si, Anita.
Al tenerla delante se percató de los ojos llorosos de la mujer y sin preguntar... ella le dio la respuesta.
—Hablé seriamente con él y me faltó al respeto. Parecía una fiera y cerró la puerta de malas formas. Ay, Anita, no me importaría cerrar los ojos para siempre.
—No diga eso, por favor. —Le sostuvo las manos dándole ánimos.
Y empezó la rutina en sus quehaceres. En primer lugar atendiendo a la mujer. Después todo lo demás...
Doña Manolita, se encontraba mucho mejor fisicamente desde que Anita la atendía.
La casa había recobrado el orden y la limpieza. Y como no... las comidas eran suculentas, como antaño, antes de estar postrada en la cama y vivir encerrada en aquel cuarto y en permanente soledad.
Don Federico la vio salir de la casa y salió a su encuentro.
—Hola, Anita, ya te vas?
Un sí tajante fue su respuesta y se despidió con un:
—Perdóneme don Federico, pero llevo mucha prisa.
Allí quedó, plantado y herido en su amor propio.
—Caerás, aunque me cueste...
Autora Verónica O.M.
Continuará
Siempre aparece un ángel, y fue Anita, que sabe que no debe dejar enredarse en los coqueteos del perverso Federico. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarPerdona, Carlos, olvidé responder el comentario.
EliminarEsperemos que así sea.
Un abrazo.